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domingo, 18 de agosto de 2019

¿Por qué a mí?

Hay días que no se olvidan.

El día 15 de marzo tenía cita con el cirujano para los resultados de la biopsia. Después de muchos días de incertidumbre por fin sabríamos a qué nos enfrentábamos. 
Xavi, mi esposo, vino conmigo. Y allí sentados en la consulta, cogidos de la mano, el cirujano nos informó que tenía cáncer. Las lágrimas brotaron de mis ojos sin poder controlarlas (debo reconocer que me emociono y lloro con facilidad). Da mucha rabia cuando tú haces todo lo posible por no llorar pero no puedes parar, sobre todo cuando hay gente delante. Aunque no sirva de consuelo, no he debido ser la única. A Xavi le marcó que hubiera una caja de pañuelos de papel preparada sobre la mesa, frente a nosotros.

El cirujano sabía que yo era médico y me preguntó como sorprendido si no me lo esperaba. ¡Claro que me lo esperaba! Las pruebas no eran concluyentes aunque muy sospechosas, pero me aferraba a la idea de que probablemente yo sería lo que llaman un falso positivo y que la biopsia saldría bien. 

Así que en esos momentos, con mi cabeza dando vueltas como en un sueño, el cirujano me explicó que tenía un carcinoma ductal infiltrante grado 2, tipo luminal B. El pronóstico de entrada era bueno, con más de un 80% de supervivencia. 
El plan terapéutico que habían planeado para mi caso comenzaba con la quimioterapia, luego cirugía y por último radioterapia. 
Por tanto, a partir de ahora, yo pasaba a control de oncología. Llegaba el momento de afrontar aquello que has intentado no pensar en las noches en que el sueño decide que tardará un poco en venir.
Pero la primera reacción no entiende de razones y sí de miedos.

Al salir de la consulta, Xavi me consolaba, pero por mi mente pasaban muchas ideas, y ninguna buena. Lo primero que pensé fue en mis peques. Tenía miedo de que algo fuera mal, tenía miedo de que se quedaran sin su madre. Tenía miedo de no estar allí cuando tuvieran que afrontar las cosas de la vida. Eso para mí sería lo más duro: dejar a mis hijos, a mi marido y a mi familia solos. 
Y entonces te preguntas, a ratos con rabia, la mayoría de las veces con tristeza, por qué te ha tocado a ti. ¿Qué he hecho para que me pase a mí? No es justo. Soy una buena persona, intento llevar una vida lo más sana posible, soy vegetariana, he dado el pecho a mis dos hijos hasta los 18 meses. Hay gente que no cuida su salud y no les pasa nada. ¡¿Por qué?!

Sinceramente creo que estas preguntas no tienen respuesta. Y si la tienen, ahora mismo no me interesa. Aún así, en otra entrada hablaré un poco del cáncer de mama y sus causas desde un punto de vista médico.

Una vez que asimilé la noticia, me tranquilicé bastante. Creo que soy una persona práctica e intento enfrentarme a las situaciones de la vida de una forma lo más racional posible. 
Está bien, tengo cáncer. 
Puedo deprimirme y enfadarme con el mundo, o puedo luchar con energía y buen humor. Y elegí lo segundo 😀.  

Así que empecé a prepararme para todo lo que se nos venía encima. Y hay algo que sabía que me ayudaría y no me fallaría, porque no me ha fallado nunca.
No tengo que pararme a pensar mucho para encontrar aquello que me ha ayudado durante este tiempo a sentir paz interior en medio de la enfermedad: confío en mi Dios
Soy creyente, creo y confío en Él. 
Puse, pongo y pondré mi vida en Sus manos y acepto tranquila lo que me depare el futuro. Y por eso, no me preocupo demasiado por mi cáncer, ya que todo mi miedo y mi angustia la he depositado en mi Dios.


"Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar." Mateo 11:28


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