Después de un paréntesis estival, y una vez recuperada la rutina, vuelvo a retomar el blog para continuar compartiendo mi experiencia y explicando las distintas fases del proceso por el que he pasado, y que será muy similar al de otras mujeres con cáncer de mama.
El broche final de mi tratamiento consistía en recibir tres sesiones de braquiterapia.
Quizá esta técnica no sea tan conocida como la radioterapia y no os suene mucho el nombre, pero cada vez se está utilizando más.
¿En qué consiste la braquiterapia? Como ya he explicado en anteriores entradas, la radioterapia aplica la radiación desde fuera hacia dentro, atravesando la piel y tejidos sanos. Sin embargo la braquiterapia consiste en aplicar la radiación "desde dentro", directamente en la zona donde está o estaba el cáncer.
Es decir, lo que hacen es colocar la fuente de radiación directamente en la zona del tumor, para así:
- Poder alcanzar altas dosis de radiación en el tumor, pero bajas en los tejidos sanos
- Reducir el número de sesiones recibidas (al recibir una dosis más alta de radiación, se necesitarán menos sesiones totales)
- Obtener mejores resultados estéticos
Para recibir la braquiterapia debía ingresar en el hospital. Fue un ingreso corto, de sólo 1 noche.
Una vez formalizado el ingreso, me llevaron a quirófano para colocarme los vectores. Esto se hace bajo anestesia.
En esta ocasión, al contrario de lo que ocurrió cuando me operaron, la anestesia me sentó muy mal. Desperté con muchas náuseas y vomité un poco. Y durante varios días estuve con una sensación de malestar continuo. Lo que en Aragón llamamos "mala gana".
Una vez colocados los vectores, me llevaron a otra sala en la que me aplicaron el tratamiento propiamente dicho.
El proceso dura unos minutos y no se nota nada. Simplemente conectan los vectores a la fuente de radiación y aplican la dosis establecida para cada caso.
En total recibí 3 sesiones de braquiterapia. Y el proceso fue bastante bien tolerado, quitando las molestias de tener 13 tubos atravesándote el pecho. Pero no tuve dolor en ningún momento.
Después de la tercera sesión me volvieron a llevar al quirófano para quitarme los tubos. Normalmente esto lo suelen hacer en la sala de tratamiento, sin anestesia. Pero debido a la "arquitectura" de mis mamas, en mi caso fue necesario hacerlo bajo anestesia, ya que de lo contrario hubiera sido muy complicado y doloroso.
Y por fin, ahí acabó todo. Este fue mi último tratamiento hospitalario en esta lucha que es el cáncer de mama.
Me fui a mi casa con la sensación de que se cerraba una etapa y comenzaba otra. Sé que la historia no se acaba aquí, sino que continua de otra manera. Menos intensa, pero igual de desafiante.
Cada historia, tiene un final. Pero en la vida, cada final es, simplemente, un nuevo comienzo.
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